La montaña de Malfú | Medioambiente | TELDEACTUALIDAD

2022-08-12 21:35:34 By : Mr. Hope Wang

Bajo el epígrafe Una mirada sosegada al Medio Ambiente en Telde (1980-2022), el ecologista y profesor José Manuel Espiño Meilán ofrece un nuevo artículo de la serie de artículos de periodicidad quincenal 

Montaña de Malfú

Dedicado a mi cuñado Sergio Placeres Rodríguez, compañero de pateos imposibles por las vertiginosas laderas de El Descojonado, de noches tormentosas en las perdidas montañas de Guguy, de levadas en Madeira donde humedad e hipotermia convirtieron una noche al raso en un reto a la supervivencia, hermano de senderos, hermano de vida.

Marfuz, Marfuy, Malfús, Marfús, Marfú, Malfú. Pocas montañas han recibido una variedad de denominaciones a lo largo de su historia como esta montaña emblemática de Ingenio.

Había prometido a los lectores que, fuera del territorio municipal teldense, trataría dos conos volcánicos que habían cautivado mi atención, uno se encontraba en el límite municipal con las Palmas de Gran Canaria, la montaña de Jinámar y el otro, próximo al barranco del Draguillo, en el límite municipal con Ingenio, la montaña de Malfú.

Comienzo con esta montaña. Ya les hablé de la atracción que me generó cuando me encontraba en las cimas de la montaña de las Tabaibas y la montaña Colorada. Imaginaba una hermosa montaña, con secretos escondidos. No me defraudó.

Comienzo aclarando algo sobre el término a utilizar. Malfú aparece registrado con esta denominación en la cartografía de GRAFCAN -cartografía a la que hago siempre referencia- y aunque he escuchado Marfú a algún vecino de la montaña y de Ingenio, me voy a quedar con la denominación oficial pues, más allá de poner en valor aquellas nominaciones que permiten a los lugareños identificarla como tal, aparece nominada como Malfú en las señales informativas que identifican suelos agrícolas de la zona: Malfú Bajo en la parte de la montaña más cercana a la costa -Lomo de Solís y el barranquillo del mismo nombre-, Malfú o Malfú Alto las pocas casas que hay, por encima de la montaña en dirección a Ingenio, a ambos lados de la pista asfaltada que lleva a Cercado Grande.

Esta montaña, que se encuentra entre el barranco de Malfú al sur y el barranco Cañada de los Millos al norte -aunque sus lomas de suave pendiente se extienden hasta el barranco del Draguillo-, es un cono volcánico que recibe una afluencia importante de personas en singulares ocasiones.

Las razones son diversas, pero las religiosas -Autos de Navidad, Exaltación de la Santa Cruz, Semana Santa…-, son las que más visitantes aportan a la montaña. Estas actividades no son una simple romería de paso, un discurrir por una senda y regresar al templo matriz sin mayor incidencia en el entorno, son encuentros en las cuevas aborígenes, encuentros en la cruz, dispersión alrededor de la cruz de fuego -que se hace ex profeso para esa fiesta- y de un modo u otro, tales acciones tienen un efecto negativo en el estado de la cueva y del entorno inmediato donde se desarrollan todos estos actos.

No veo necesario abundar en estos actos pues, si el lector lo desea, encontrará abundante información en Google, permitiéndome profundizar en otros valores que posee la montaña, realizar otras consideraciones, otros análisis, buscar otros referentes de su singularidad y presentárselos. Valores paisajísticos, botánicos, faunísticos, arqueológicos, etnográficos que han definido el uso y abuso de la montaña con el paso del tiempo.

Pocos conos volcánicos he encontrado en los que subir a su cima fuera tan fácil. En primer lugar, porque si nos acercamos en vehículo particular podemos aparcar justo en el comienzo de la pista de tierra que asciende por ella en su cara oeste, pues una amplia esplanada permite el estacionamiento de numerosos vehículos. Aunque su razón principal es la de facilitar el paso a una serie de propiedades privadas de carácter agrícola y ganadero -una de ellas una vaquería- y dar servicio a la presa que hay en el barranco de Malfú y al depósito regulador de agua del Servicio Insular, afortunadamente no es habitual, fuera de las fechas antes señaladas, el encuentro con montañeros, senderistas, vecinos de la zona, deambulando por la montaña y así, en mis incursiones al cono, siempre he estado acompañado de tabaibas dulces y palomas bravías pero ninguna persona observé ni en sus laderas ni en su cima.

Llegar es fácil. Si accedemos desde la GC-1, nos desviamos o bien en Ojos de Garza y recorremos la pista paralela a la GC-1 para desviarnos a nuestra derecha a la altura de la señal informativa: Malfú Bajo o bien seguimos en la GC-1 hasta el cruce del Carrizal de Ingenio y, en la primera rotonda nos desviamos hacia las Majoreras. Aquí, por una carretera paralela a la GC-1, la misma que cogemos si entramos por Ojos de Garza, tomamos el desvío a nuestra izquierda al encuentro con la misma señal.

Si tomamos la carretera vieja de Telde a Ingenio GC-100, nos desviaremos a la altura de Cercado Grande. Visible ya la montaña, a nuestra izquierda si procedemos de Telde, a nuestra derecha si procedemos de Ingenio, llegar a la montaña de Malfú no tiene pérdida.

Volviendo a la pista y al aparcamiento a pie de montaña, ambos se hicieron tras darle un buen tajo al perfil de la montaña, buscando la horizontalidad necesaria. La razón justificada es siempre la misma en todos los conos volcánicos visitados, el desarrollo de una vía rodada que permita llegar a los cultivos, la presa y a las zonas de extracción de áridos en la montaña. En este engrosamiento de la pista de la que les hablo, se inicia a nuestra izquierda un antiguo paso para camiones y todo tipo de vehículos a motor, muy deteriorado que, tras pasar al pie del conjunto de cuevas aborígenes, culminaba en las zonas de extracción de áridos de la montaña. Afortunadamente, tal vez como consecuencia del desastre ambiental y arqueológico que significaría el hecho de mantenerla transitable como así lo estuvo mientras duraron las extracciones, se ha imposibilitado el paso a los vehículos desde su inicio, justo al comienzo de la misma al pie de la montaña. Es un cierre más simbólico que efectivo pues el impedimento físico consiste en un montículo de tierra que dificulta, es cierto, el tránsito de vehículos en general pero no evita el paso de otros vehículos adaptados a salvar este tipo de escollos. Me refiero a los quad y a las motos de montaña, una verdadera cruz para todos los conos volcánicos.

En mi primera ascensión, deseaba observar el oeste de la montaña, comprobar cómo se extendía el pueblo de Ingenio en esa especie de suave pendiente formada entre el barranco de Guayadeque y el barranco de Catalina Ruano, barranco que, desde Cuesta Caballero, antes de llegar al Carrizal, pasa a denominarse barranco de los Aromeros hasta su desembocadura en la playa del Burrero.

Para el ascenso podemos optar por dos posibilidades. La primera consiste en seguir la vieja pista poniendo especial atención en los resbalones pues una capa de gravilla y tierra suelta -lógica consecuencia de la continua erosión de este tipo de materiales escoriáceos desprovistos de toda cobertura vegetal-, puede llevar nuestras posaderas a tierra. A su favor está que es la más cómoda y la que requiere menor esfuerzo. La segunda es esa especie de cuchilla geológica, senda encalichada y con elevado grado de erosión que desde el aparcamiento sube empinada, sin desvío alguno, hasta alcanzar las cuevas aborígenes y la cruz. Es muy posible que sea la senda utilizada para alguno de los actos religiosos pues su relativa dificultad le lleva a semejarse a un Calvario, hecho muy relacionado con el sacrificio y la crucifixión.

Vayamos por donde vayamos, una vez en la cima sorprende ver una extensa zona de superficie cultivable ocupada por un número importante de casas terreras. Es la zona de Las Mejías que se prolonga en descenso por los Lomos de la Pernocta, Lomo de Juan, Lomo de Ortega hasta alcanzar la falda de la montaña.

Respiro hondo. La no ocupación de una buena parte del suelo fértil permite albergar la esperanza de que algún día puedan verse estas tierras nuevamente cultivadas. Algunas propiedades las tienen ya en explotación y se observan sus cultivos, muchos bajo invernadero. Agrada observar la puesta en valor de estas parcelas de suelo rústico. El canto de los gallos, cuando accedemos a la montaña al amanecer, nos regala registros sonoros que rememoran ambientes rurales en declive, alegrándonos con su estridencia mañanera pues despiertan recuerdos de niñez y de ritmos de vida más pausados.

Nada me gustaría más que manifestarles que la montaña se encuentra libre de residuos, pero sería faltar a la verdad. Los compañeros del vídeo, a quienes hago referencia más abajo, hace tiempo que habrán presentado su denuncia al SEPRONA y al Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo Insular. No es de extrañar. Realizada la filmación y fotografiado el lugar en diciembre de 2020, todo sigue igual. De nada sirvió el comunicado verbal que hicieron en el Ayuntamiento, de nada sirvió su primera denuncia en las oficinas municipales. Ante esta realidad, uno siente vergüenza ajena. Es indignante corroborar, una vez más, como se desprecia el patrimonio de nuestros antepasados por las instituciones que deberían ser las primeras en ponerlo en valor, en protegerlo, en velar por él, como se abandonan a su suerte yacimientos arqueológicos de suma importancia.

Pero vayamos poco a poco. Devuelvo la mirada a la zona de Las Mejías y observo el perfil de la vieja carretera GC-100 que une los municipios de Telde e Ingenio. Le guardo especial afecto a esta carretera porque la encuentro más humana, más amable que la alternativa masificada de la GC-1. A diferencia de las vías rápidas, esta proporciona vida a la economía de cada lugar por donde transita, acercando a quienes quieran recorrerlos, una buena parte de los conos volcánicos del conjunto de volcanes de Lomo Magullo-Gamonal, así como muchos de los barrancos y barranquillos que deseo visitar.

Es en esta dirección donde observo una presa, justo en el inicio de la cañada de Malfú. Un enorme depósito de agua, en uso actualmente pues está entrándole agua, -confirmación que me hace además un vecino de la zona que me informa que pertenece a don Juliano Bony y su agua es utilizada para el riego de las plantaciones bajo invernadero que observo montaña abajo-. Para mí, que más tarde la visitaría comprobando la seguridad de la valla que imposibilita acceder a ella en todo su perímetro, la alegría se manifiesta en forma de vida alada: bandadas de palomas -más de un centenar conté en vuelo- que vuelan dentro del recinto posándose luego, en grandes grupos, en las partes bajas del estanque, justo en las inmediaciones del agua- Garcetas grandes, gaviotas patiamarillas, garzas reales y seguro que aves más pequeñas que, sin prismáticos, no consigo ver.

Existe otro depósito de agua más cercano, en la esplanada existente en la falda de la montaña. Se trata de un estanque a cielo abierto, vallado y con un panel informativo: “Depósito Malfú, centro de control y distribución de agua del Consejo Insular de Aguas de Gran Canaria”. En este mismo letrero, en su parte inferior, se encuentran logotipos de prohibiciones varias. Justo en la trasera del estanque, donde tras el talud comienza la ladera de la montaña cubierta con el tabaibal, dos palomas blancas descabezadas aparecen a ambos lados de una tabaiba dulce. Podemos creer en un primer momento que la masacre haya sido obra de un felino asilvestrado, pero el hecho de estar situadas una frente a la otra y el cuerpo y resto del plumaje limpio, sin plumas dispersas a su alrededor, me induce a pensar en rituales de santería que se realizan en esta montaña similares a los realizados en otras zonas de ésta y otras islas (sin ir más lejos me viene a la memoria una noticia reciente sobre las prácticas de rituales en Anaga con palomas blancas descabezadas, denunciadas por la Fundación Telesforo Bravo Juan Coello).

Me encuentro junto a la cruz, cruz de madera de tea de sección octogonal, barnizada en su día, que recibe diversas nominaciones. Cruz del Siglo y Cruz de la Misión son las más populares No es el tema de las cruces un tema que me apasione por eso, si ustedes desean manejar una mayor información sobre todas y cada una de las cruces que coronan los conos volcánicos que les vengo presentando en mis artículos, existe un blog en la Red que, desde mi modesta opinión, goza de un valor extraordinario, tanto por el resultado obtenido tras un larguísimo trabajo de búsqueda de información, recopilación de datos e investigación sobre cada una de ellas, como por lo ameno y claro de su exposición. Felicito desde este artículo a su autor por una labor tan necesaria para entender e interpretar cruces de caminos, sendas, vivencias, profesiones, sentimientos religiosos, promesas, encuentros, geografía, historia... Busquen: www.crucesgc.blogspot.com El título “Cruces de Gran Canaria. Recuperamos nuestro patrimonio intangible” de Manuel J. Sancho Soriano.

Antes de continuar con la lectura del paisaje, observo la cruz, la peana y el suelo. La cruz se encuentra sobre una base de hormigón con cuatro peldaños, pintados en blanco. A su alrededor la cima está llena de pequeños cristales que muchos tiraron pero que a nadie se le ocurrió retirarlos, al contrario, observo residuos vítreos recientes y no albergo duda alguna que contribuye a su abundancia la celebración de festejos, encuentros y rituales. Como es habitual, he contribuido a la mejora del entorno devolviendo a la montaña, con mi acción puntual, algo de lo mucho que me oferta: aire limpio y saludable, satisfacción y plenitud y el conocimiento que me aporta con cada planta, con cada animal, con cada piedra en cada uno de los espacios que recorro de este cono volcánico. Tengo en mi mente, grabadas a fuego, las palabras de una mujer italiana, octogenaria, que llegó a Santiago de Compostela -creo que en el último Año Santo del pasado siglo-, caminando en peregrinación desde Roma. La esperaban en la plaza del Obradoiro, a las mismas puertas de la Catedral, decenas de reporteros y periodistas de diversos países, muchos italianos que deseaban inmortalizar la gesta de su anciana compatriota. La primer pregunta era obligada: -¿Cómo pudo usted, con su edad, recorrer los mil ochocientos kilómetros que separan las dos capitales de la cristiandad? Sonrió la anciana señora, luego respondió: -Observen. Primero se pone un pie delante, luego el otro”.

Ahí residía el secreto de su hazaña: un paso tras otro, aderezados con una férrea voluntad, una extraordinaria firmeza y tiempo, mucho tiempo. Sin duda alguna para cualquier creyente, estos valores son secundarios y unidos indefectiblemente al hecho de poseer un don de Dios, una virtud sobrenatural: fe.

Esta digresión era necesaria para entender mi actitud. Es fácil llevar a cabo la acción realizada, todos podemos hacerlo. Pero, se preguntarán ustedes, ¿en qué consiste esa acción puntual? En retirar una parte de esos residuos. En mi caso fue cuestión de llevar, en cada una de mis visitas, una bolsa resistente y dedicar quince minutos a recoger los residuos de la cima. Observé que los plásticos y los cristales eran los más abundantes. Se trataba de una acción simbólica pero eficaz y opté por recoger pequeños y medianos vidrios que acabaron depositados en un contenedor específico situado en la entrada de Ingenio. Es fácil llenar una bolsa de la cantidad tan grande de residuos como hay, pero lo importante no es cuánto -eso depende de cada uno de ustedes- sino de hacerlo. Es cierto que se trata de una aislada acción simbólica pues, tras mi retirada, la montaña sigue sucia y descuidada, una montaña que sólo necesita de una metódica limpieza manual por una brigada que peine toda la montaña. Una campaña que, una corporación municipal comprometida, orquestaría con los vecinos de la zona y con voluntarios. Remarco mientras no sucede esto, la importancia de la acción personal. Si todos hiciéramos lo mismo, la montaña no tendría cristales y si todos denunciáramos la nefasta actuación del Ayuntamiento de Ingenio en esta labor y del Cabildo, ignorando las reiteradas denuncias en que se les solicita la limpieza de la montaña, la visión del entorno sería muy distinta.

Quiero invitarles a “disfrutar” del vídeo presente en la Red titulado: “El casi desaparecido yacimiento de Malfú, Ingenio, Gran Canaria. Canary Islands” cuyos autores son: Jesús Díaz Mendoza, Jonay García Melián y José González Padrón. Este vídeo forma parte de un amplio trabajo audiovisual titulado: “El legado canario”. Me sorprendió en el visionado del mismo una cueva colgada y dentro de ella un lucernario muy elaborado. No puedo llevarles a dicha cueva desde mis palabras pues aún estoy intentando localizarla. No doy con ella y es posible que se encuentre en las inmediaciones de la montaña. Es esta la razón de invitarles a escuchar las explicaciones de uno de los componentes del grupo. ¿Podríamos estar frente a un marcador solsticial y equinoccial? -se pregunta. Yo que sí sé que Tara y Cuatro Puertas, yacimientos aborígenes teldenses no muy alejados de esta montaña, están considerados dos espacios astronómicos sin lugar a dudas para muchos investigadores (José Barrios, Mariusz Ziolkowski, Vicente Valencia, Aitor Brito...) no realizaré comentario alguno. Vean el vídeo.

Seguimos con la lectura del paisaje por la cara oeste de la montaña. Es en esta cara donde se extiende el núcleo urbano que da cuerpo al corazón de Ingenio. Es en esta cara, la más visitada, donde se encuentra la cueva que en su día fue elemento referencial de la cultura aborigen. La ignorancia de muchos y la celebración de nuevos ritos religiosos y rituales de santería que nada tienen que ver con el respeto debido a su pasado aborigen, hacen que la cueva haya cambiado su configuración y su uso y poco conserve de su pasado prehispánico. Nada más entrar se siente un vacío dentro de ella, aunque debería precisarse dentro de ellas pues tras la amplia entrada se ofrecen una serie de habitáculos comunicados algunos a través de túneles. No tiene uno la sensación de respeto y admiración que deberíamos sentir en estos lugares en relación a su un pasado prehispánico y eso se debe a que su lamentable estado junto a la inexistencia de señal alguna que alerte de su valía e interprete arqueológicamente el espacio observado, imposibilitan cualquier atisbo de conocimiento histórico, de pervivencia ancestral.

La lectura paisajística de proximidad me lleva, a muy pocos pasos de la cruz, a observar una hondonada que permite visualizar unas cuevas. El acceso a este complejo está más abajo, bordeando este enorme socavón. Dando un pequeño rodeo -necesario por seguridad-, seguimos descendiendo. Una depresión antecede a una amplia cueva labrada en un sustrato muy inestable de materiales escoriáceos apelmazados. Es amplia su entrada y la cueva nos permite acceder, gracias a unos peldaños excavados en el material piroclástico, al interior del socavón antes referenciado. Las basuras que observamos son el ejemplo más plausible de la indiferencia de algunos seres humanos ante nuestro patrimonio aborigen, de la falta del respeto hacia el medio natural donde está emplazado y una demostración de incultura e ignorancia que es preciso abordar desde propuestas educativas mucho más orientadas al conocimiento y potenciación de los valores naturales, etnográficos, antropológicos de la isla que al conocimiento genérico de otros valores, otras culturas que jamás aportarán una actitud que fortalezca la puesta en valor de nuestros referentes patrimoniales.

Salimos de esta cueva y seguimos con nuestro descenso, apenas una decena de metros. Observaremos en el camino un lucernario que, si nos aproximamos, permite, agachándose, el paso de una persona. Si lo queremos observar con mayor detenimiento, debemos ser muy prudentes y, gateando, acercarnos a sabiendas de que la luz que procura llega a una de las cuevas que se encuentran en un nivel inferior y cuya distancia al suelo de la misma es considerable. Seguimos el descenso para acceder a la gran cueva. Es en ella donde se desarrolla el Auto de Navidad que ahora, iniciado el verano, muestra los restos de las figuras recortadas de un Belén de tamaño natural, rotas e inservibles pero que nadie ha reparado en retirarlas de la cueva, una vez convertidas en basura. Lo mismo sucede con una cruz de gran tamaño que, abandonada a un lado, justo donde se encuentran las pocetas verticales de factura aborigen, se encuentra sin una parte del travesaño horizontal -el patibulum romano-, cubierta por los excrementos de las palomas bravías.

Unos pasadizos unen unas cuevas con otras y facilitan, a través de un túnel angosto, otra salida natural. La gran cueva tiene, de este modo, acceso a la trinchera que recorre la cara oeste de la montaña. Delante de la cueva existe una amplia plataforma a donde llega la pista actualmente abandonada.

Al entrar en la cueva observamos muros de piedra de factura reciente, depósitos de arena de montaña detrás de estos muros, puertas metálicas desvencijadas y arrancadas de sus pernos donde no las había, decenas de velas y sus carcasas vacías, otros restos de figuras de un belén, cristales, pales, restos de tejidos y mantas, tachas, alambres colgados de los techos de las cuevas, garrafas de cinco litros de aceite usado de motor -uno de ellos vertido sobre el sustrato contaminándolo-, en suma, un sinfín de basuras varias. Son curiosos los lucernarios, esos huecos abiertos en el techo y que comunican las cuevas con el cielo. En la montaña de Malfú encontraremos un par de ellos. Las palomas bravías, al igual que en las cuevas de Cuatro Puertas, cuevas en la montaña de El Gallego, cuevas de Silva, El Draguillo… están siempre presentes. Es su hábitat natural. Anidan en sus oquedades y en ellas tienen sus descansaderos. Me salen al paso, sorprendidas en sus echaderos. Sus vuelos precipitados aportan vida a estos espacios sumidos en el silencio.

Quise saber algo más del pasado aborigen de la montaña, pero por más que busqué me sorprendió que las publicaciones consultadas nada registraran de esta montaña. Hojeé con calma: “Las culturas prehistóricas de Gran Canaria” del doctor Celso Martín de Guzmán, la “Guía del patrimonio arqueológico de Gran Canaria”, editada por el Servicio de Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria, “Manifestaciones rupestres de las Islas Canarias”, editado por la Dirección General de Patrimonio Histórico del Gobierno de Canarias. Nada. Ni una sola mención, ni una referencia. Todo lo que poseía era la información del vídeo antes mencionado,

Por otra parte, Sergio Placeres Rodríguez, incansable senderista al que acompaña siempre una curiosidad mayúscula, persona entrañable a quien he dedicado este artículo, hizo referencia a un vago recuerdo de pinturas en el interior de la cueva. Yo, aunque busqué vestigios de las mismas en mis frecuentes visitas, nada encontré, pero indagando en la Red, al parecer esta era una cueva pintada que disponía de franjas rojas y franjas blancas y el vídeo visionado que les invito a consultar en este artículo así lo sugiere, mostrando vestigios de esos colores, en la actualidad prácticamente desaparecidos.

Sorprende que un yacimiento con la existencia de una cueva pintada y un número indeterminado de cazoletas en la parte baja de una de las paredes de la cueva principal -que semeja a las encontradas en Morro de Ávila, un enclave arqueológico situado cerca de aquí, en la serranía de la montaña de Agüimes- sea reutilizada como Belén viviente sin miramiento alguno creándose nuevas estructuras con piedra y arena que no pertenecían originalmente a la cueva, alterando de tal modo la historia del lugar, poniendo en riesgo la protección del yacimiento y degradando con basuras, velas, mantas, restos de flores y otros elementos tanto su interior como el entorno inmediato.

Desconozco el alcance del interés que tiene este yacimiento pues no soy más que un curioso que anhela protección y respeto a la montaña y como tal, exijo la asunción de responsabilidades por quienes autorizan o permiten tal desatino en pleno siglo XXI. Si estamos hablando de un yacimiento arqueológico, se trata de vestigios prehispánicos de enorme valor que necesitan protección.

Tengo que reconocer que el deambular por su interior me recordó la emoción que me produjo hacerlo por primera vez -¡han pasado cuarenta y dos años!-, en el conjunto troglodita de las cuevas de Los Pilares en Cuatro Puertas. Cuevas, alacenas, túneles, escalones, lucernarios, pocetas, pinturas… ¿Alguien alberga duda alguna de que nos encontramos ante claros indicios de factura aborigen?

Hasta la cueva llega una pista de tierra que descarna la montaña de la cubierta vegetal que aún posee. Es este un camino de erosión donde la roca encalichada aparece en toda su desgarradora dimensión, imposibilitando cualquier recuperación del espacio afectado. Afortunadamente, el resto de esta ladera orientada al poniente y las restantes laderas, mejor conservadas, está cubierto de un tabaibal dulce en buen estado.

En la misma entrada de la cueva, la pista se desvía buscando la cara sur de la montaña. Es la que daba entrada y salida a los camiones dedicados a la extracción de picón de la misma. Junto a ella, una depresión estrecha, profunda y larga -no tiene menos de treinta metros-, nos habla de una posible trinchera. Esta trinchera no goza de conservación alguna, su estado es precario y esta disimulada por la vegetación que la vuelve más peligrosa a la hora de un hipotético tropiezo o una caída en su interior. Tras ella se encuentra la parte trasera de la gran cueva y desde la trinchera se tiene fácil acceso a ella. ¿Acaso fue utilizada como almacén de munición? ¿Existían baterías de defensa en la cara sur de la montaña, donde ahora se observa la mordida de las extracciones?

En lontananza, ya en dirección suroeste, observo el núcleo urbano de Agüimes y en su corazón destaca, entre un rosario de casas blancas, muchas con cubierta de tejas, la torre de su iglesia.

Tras el espacio urbano, la montaña de Agüimes y el morro de Ávila arropan la ciudad y cierran el paisaje por el este del núcleo poblacional. Sobre Agüimes se recorta, al fondo, la silueta inconfundible del roque Aguayro y a su derecha, estribaciones montañosas arriba, el Observatorio Astronómico de Temisas.

Dirigiendo la vista hacia el norte, no he encontrado lugar alguno que me oferte una visión tan clara de la alineación de varios conos volcánicos: montaña de las Tabaibas y montaña Colorada, montaña de María Ojeda, Cuatro Puertas, Topino, El Gallego, montaña Las Palmas, Pico de Bandama, montaña de Tafira, montaña del Confital, La Atalaya de la Isleta. Es ésta una de las alineaciones estructurales del vulcanismo reciente en Gran Canaria que nos define con claridad meridiana el vulcanólogo Alex Hansen en su libro, varias veces citado en mis artículos: “Los volcanes recientes de Gran Canaria”.

Un barrido visual de la costa nos permite leer el paisaje observado en dirección norte, este y sur de la montaña.

En Telde se inicia con la visión del altozano donde se eleva buena parte de la urbanización de Playa del Hombre. Se trata de la montaña de la Atalaya o montaña de Taliarte. Observo la bahía de Melenara y su costa totalmente urbanizada y siguiendo el mismo comportamiento urbano Clavellinas, Salinetas y su polígono industrial. Tras el barranco de Silva, la línea ocre de los terrenos que se encuentran sobre los acantilados marinos de la zona se mantiene con esa imagen de antiguos cultivos abandonados hasta la península de Tufia. No se sabe por cuanto tiempo pues la voracidad del polígono industrial de El Goro se aproxima inexorablemente hacia la línea de costa.

Luego una mancha de invernaderos cubre una buena parte de los arenales de Ojos de Garza donde destacan las estribaciones urbanas del poblado costero del mismo nombre.

Este barrido que del norte continuó con el nordeste, nos lleva a la vertiente del naciente. La península y el roque de Gando, los dos volcanes que la conforman y su amplia bahía. En ningún otro cono he observado las pistas de aterrizaje, torres de control y recinto aeroportuario como desde esta atalaya.

Tras observar con absoluta nitidez el núcleo urbano de La Puntilla, nuestra vista sigue barriendo la costa y el Burrero con su playa surgen tras rebasar el recinto militar de Gando. Luego una serie de invernaderos se suceden hasta Vargas, el siguiente núcleo costero. La montaña de la Cerca y la montaña del Camello nos sitúan sin equívocos en la playa de Vargas. A continuación, la montaña de Arinaga destaca imponente. En su línea de costa se suceden las playas escondidas y se observa con nitidez su roque y el muelle al fondo. Imposible seguir observando la costa pues la silueta del barranco de Guayadeque con su vieja cantera lo imposibilita. Sin embargo, sobre su perfil, se vislumbra las aspas de los aerogeneradores y la zona más alejada del campo eólico de Juan Grande Y El Castillo de Romeral.

Hemos realizado un visionado de trescientos sesenta grados. Estoy satisfecho. Ahora deambularé por el tabaibal, dejándome llevar por las laderas no visitadas. Deseo recorrerlas todas y comenzaré por la cara sur, justo donde acaba o comienza, la trinchera antes señalada. Terminada la trinchera, un enorme vacío. Orientada al océano, esta esplanada es el resultado de la sistemática extracción de picón de esta parte de la montaña. Si aquí termina la trinchera, ¿existió tal vez una batería de costa en esta zona? No sería de extrañar, teniendo en cuenta el aprovechamiento militar que se hizo en su día de la mayoría de los conos volcánicos de este sector de costa. En el interior de este espacio excavado, observamos la forma de cuatro cuevas. Una pequeña a la derecha y tres juntas y más grandes al fondo. Una ventana comunica dos de ellas. Al parecer ni son cuevas aborígenes ni han sido desarrolladas por la naturaleza durante cientos o miles de años, son cuevas producto de un proceso erosivo reciente tras el expolio de sus cenizas volcánicas. A nuestra vista, los caprichos de la naturaleza y la erosión diferencial han dejado hermosas formas en el paisaje alterado. Las cenizas volcánicas presentan colores negruzcos, rojizos, amarillentos, blanquecinos, distribuyéndose en capas o vetas, un verdadero cuadro impresionista.

La erradicación de la flora original en esta esplanada artificial dio paso a la colonización de la misma por el calentón, tabaco moro o gandul (Nicotiana glauca) como especie invasora. Media docena de ejemplares así lo atestiguan. El resto del espacio de esta esplanada no presenta vegetación alguna.

Sentado frente al mar, podría pasar horas enteras observando el paisaje de costa. Se agradece el silencio. Sin duda es una buena atalaya para defender la zona. También un extraordinario mirador para controlar cualquier incidencia sucedida en cualquiera de los poblados aborígenes circundantes.

Junto a esta esplanada, sepultada su abertura principal hasta tal punto que sólo un hueco en su parte superior izquierda permite observar su interior y acceder a ella, una enorme cueva labrada en la toba volcánica. Una enorme puerta metálica daba servicio a esta cueva, actualmente oculta tras una montaña de tierra que la sepulta y oculta literalmente. Alguien hizo un butrón en el material escoriáceo de uno de los lados de la puerta, facilitando el acceso a la misma. No hay duda por los colchones y restos varios que hay en su interior que esta vivienda cueva estuvo ocupada un tiempo. Quiero pensar que de aquí se extrajeron sillares pues el material es el adecuado para su explotación minera. En su interior observo una gran sala, un enorme y amplio pasillo central da servicio por la izquierda a un habitáculo que hace de cocina y una serie de habitaciones y por la derecha a un baño y otra serie de habitaciones hasta completar el número de nueve estancias. Esta sala distribuidora, a modo de pasillo, tiene unos cuarenta metros de profundidad, unos cinco de ancho y tres de alto. El caso es que baño y cocina estuvieron alicatados y contaron con servicio de agua que se la proporcionaba un aljibe que, cerca de la oquedad de entrada se conserva aún. No sería descabellado pensar en un aprovechamiento militar. Polvorín, habitaciones de pernocta… La trinchera se encuentra a una decena de metros de esta entrada.

Delante de esta gran cueva tapiada, los derrubios generados en su fabricación fueron acumulados ladera abajo, arruinando buena parte del tabaibal. Sigo por la ladera en dirección norte, deseo sentir bajo mis pies la firmeza de la roca limpia. No puedo decir que desnuda pues una variedad de líquenes de todo tipo: crustáceos, foliáceos, filamentosos… cubren las rocas con un arco iris cromático.

Antes observo, en esta ladera sur, como Ingenio, utilizando el cordón umbilical de las carreteras GC-195 y GC-192, va consolidando dos de sus núcleos poblacionales más importantes: El Carrizal y El Burrero.

Es en dirección Este donde la montaña presenta su mayor derrame lávico. A ambos lados del mismo, dos barrancos surgen: la cañada de los Millos y la cañada de Malfú. En el centro de esta colada, justo al pie del espacio subterráneo que estoy describiendo, nace otro barranco en la zona denominada Hoya del Conde, vaguada cuyas aguas terminarán desaguando en la cañada de Malfú.

El vencejo unicolor no da tregua a los insectos alados y, al atardecer, el paisaje aéreo de la montaña se puebla con decenas de ellos.

Les he comentado que la tabaiba dulce es la dueña y señora de toda la montaña. Así es. En las laderas, sólo la orientación aportará diferencias en el tamaño y en el estado vegetativo de la planta. Así, en pleno verano, la mayor parte de los ejemplares de tabaibas están desprovistos de hojas y sobreviven en un estado de fuerte insolación, adaptándose para la mínima pérdida de agua. Esto es válido para las tabaibas que cubren las laderas sur, este y oeste de la montaña. Las presentes en la cara norte tienen hojas verdes, nuevas, recientes, sus troncos están cubiertos de líquenes y durante las noches los vientos alisios les aportan humedad. Es, además, la cara donde mejor inciden las ocasionales y cortas lluvias que tuvimos al inicio de este verano. Estos ejemplares, más expuestos a los vientos norteños, son de menor tamaño que los restantes de la montaña. Y no solo eso, sino que los alisios los achaparra, los acuesta, los tumba y algunos ejemplares crecen como bonsáis pegados a la montaña, levantando apenas medio metro de altura, pero ocupando una superficie que en algunos casos está próxima a los dos metros. En el caso de los situados al oeste, protegidos por lo tanto de los vientos dominantes, presentan gruesos tallos, copas muy desarrolladas y tamaños que pueden alcanzar los dos metros de altura siendo el metro y medio muy habitual. Podríamos asegurar que, según el estado de las tabaibas, es fácil aventurar la orientación de la montaña y el lugar donde nos encontramos.

Ejemplares dispersos de balo surgen dentro del tabaibal en todas las laderas de la montaña estando los más desarrollados presentes en la cara oeste. Destaca su color verde glauco contrastando con el rojizo claro de los tallos de las tabaibas, color rojizo que los mimetiza a la perfección con el sustrato rocoso de la montaña. Algunos ejemplares de espinos de mar, aulagas, tabaibas amargas complementan un paisaje pobre en especies. Es el reino de la tabaiba dulce.

Son escasos los ejemplares de tunera india. Es este uno de los pocos conos volcánicos donde si se desease erradicarla como planta invasora, no sería muy compleja su eliminación.

En la cara este, bajo la antigua piconera, observo algunos ejemplares de cornical y azaigo de risco. No son muchos. Están al abrigo de un roquete que se extiende una decena de metros y que se trata, sin lugar a dudas, de una lengua de lava que se quedó ahí, en superficie, ahora resquebrajada por los cambios térmicos y colonizados sus bordes por el tabaibal. Es al pie de este roquedo donde observo lo que podría ser un acebuche achaparrado, con sus hojas verdes brillantes y duras, sus ramas recias y de color claro. Una vez más necesito la confirmación de un botánico, pero el placer del encuentro es mayúsculo.

Me dejo llevar por esta ladera, buscando en el tránsito sobre el derrame lávico, más vestigios de cuevas y los encuentro. En dirección sureste, antes de llegar a la pared izquierda de la cañada de Malfú, estructuras de cuevas, pilares, galerías, lucernarios, ventanas… espacios ocupados en su día por ganados presentan un estado deplorable y basuras de gran tamaño como neveras, restos de muebles, bidones que dinamitan con su presencia la belleza de este espacio. Cierto es que la proximidad de la pista que va a la presa no ayuda pues los amigos de tirar escombros y basuras en campo ajeno pueden hacerlo aquí con mucha facilidad.

Si la tabaiba dulce es la reina botánica de la montaña, nadie puede arrebatarle el cetro de la fauna alada a la paloma bravía. Presente en todas las cuevas, con un hábitat idóneo para su pernocta y nidificación, con la accesibilidad al agua de la presa y todo un espacio idóneo en la montaña y los terrenos circundantes para cubrir sus necesidades alimenticias, la población de palomas bravías es numerosa. Salen de sus echaderos cuando llego y esperan en las proximidades el momento de mi marcha. Saben de su abundancia los gatos asilvestrados que, agazapados en el interior de las cuevas, dejan rastros de su depredación en forma de plumas sueltas, huesos y huevos vacíos.

Uso religioso, uso militar, uso industrial para la extracción de picón y cantos para la construcción, uso ganadero, uso agrícola. La montaña ha dado vida a actividades esenciales para la supervivencia del pueblo, pero en ese intercambio también ha sufrido y sufre los efectos de actividades y labores que la han transformado pues no guardaban respeto por sus valores ni tenían en cuenta el impacto ambiental ocasionado a la montaña.

Canteras de picón y sillares han dejado la montaña con marcas irreversibles, con profundas heridas que hablan de un pasado de extracción minera y acumulaciones de desechos asociados a dicha actividad extractiva que alteraron el paisaje de la montaña.

Planes y estrategias militares han llevado a horadar el suelo con una larga y profunda zanja, dejando luego herida la montaña y añadiéndole un potencial riesgo de caída, posibilidad sin señalizar en modo alguno, significando un peligro potencial para quienes la transitan.

Indicábamos antes que a la montaña de Malfú se accedía por la pista asfaltada que desde la GC-100 baja hasta unirse con la carretera que une la GC-1 con Ojos de Garza. Si venimos de Malfú de abajo, entre invernaderos, fincas y un campo de paneles solares, observaremos a pie de carretera, en la cara norte de la montaña una serie de cuevas. No sé de su importancia, pero poseen un hueco o ventana de comunicación dos de ellas y un lucernario o hueco en el techo una de las cuevas. Su proximidad a la carretera es la razón por la que tienen basuras en su interior y en el espacio amurallado que protege su entrada. De cualquier modo, es una vergüenza para las autoridades locales el estado en que se encuentran pues una puntual campaña de limpieza resolvería el problema.

Es a pie de montaña, en las caras norte y oeste, donde la tabaiba dulce desaparece prácticamente y su lugar es ocupado por la tabaiba amarga.

Actividades de tipo religioso y de rituales varios se convierten en agresivas para la geología, la fauna, la flora y los yacimientos arqueológicos cuando transforman el espacio, cuando abandonan en el lugar velas, paños, sillas, efigies y, en suma, basuras varias, cuando necesitan para la colocación de símbolos, bases de cemento, allanamiento del espacio y erradicación de la flora autóctona propia del lugar.

Es compleja la respuesta a la hora de proteger la montaña y los valores que encierra, pero es necesario encontrar una. Siempre la hay. Es necesario un plan integral de actuación y control. Es necesario que hagamos ver a todos los participantes en el uso de la montaña que el abuso no tiene cabida, que la protección de todos sus valores es esencial para el equilibrio de la misma.

En esta montaña he percibido la importancia de estos planes de gestión porque se trata de una de las montañas más mancilladas por el ser humano de todas las analizadas durante mi periplo por los conos volcánicos.

Hay valores aún, botánicos, geológicos, arqueológicos, faunísticos, etnográficos…, pero se han perdido muchos. Cada uno de estos valiosos epígrafes no son ya ni la sombra de lo que algún día fueron.

Es difícil imaginar el pasado, pero es posible que el conjunto de cuevas aborígenes de esta montaña tuviera una importancia similar a la cercana de Cuatro Puertas. Hay vestigios de todo tipo y en cada una de las cuevas, cada una de las pocetas laterales, en el suelo, en cada una de los restos de pinturas murales, en cada uno de los lucernarios se abren múltiples interrogantes.

Yo les invito nuevamente a ver el vídeo de esas personas que sin conocerlas las admiro, a coger una cantimplora, un poco de agua y la mochila, calzarse las botas de montaña y, con esa palabra, ese verbo de acción del que fui capaz de escribir un amplio artículo recientemente, animarles. ¡Vamos!

José Manuel Espiño Meilán, miembro fundador del Grupo Ecologista Turcón, es en la actualidad presidente honorífico y socio del colectivo, escritor y profesor jubilado.

© Queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos ofrecidos a través de este medio,salvo autorización expresa de la dirección de TELDEACTUALIDAD TELDEACTUALIDAD.COM respeta la libertad de expresión de sus usuarios y no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores en la sección de Opinión, Tribuna Libre o en cualquier formato, literario o gráfico. Igualmente no se hace responsable en ningún caso del contenido de los comentarios a las noticias vertidos por los usuarios.

Web desarrollada por AVANT Desarrollo Informático y Creativo S.L.